Adán y Eva, una historia de amor y la metáfora del pecado original. Dos mundos tan diversos, dos almas solitarias que están por encontrarse. Sofía es la última descendiente de la familia española de los Álvarez. Desde hace años vive segregada en una villa en Florencia. No sale casi nunca de casa, desde la ventana de su habitación espía el mundo exterior. Lo sueña, lo desea, y al mismo tiempo lo odia. Pero, sobre todo, detesta a la Sofía Siniestra. Así llama a aquella parte de su rostro que quedó desfigurado a causa de un incendio sucedido en el jardín de la villa cuando era solo una niña. Un juego estúpido con el hermano Alejandro, un pequeño fuego encendido cerca de hierba seca. Consecuencias terribles, que cambiaron para siempre su futuro. Porque en aquel jardín Sofía no perdió solo la perfección de la belleza, sino también a su hermano Alejandro. Lorenzo vive, en cambio, en la periferia de Florencia, con el padre. A la edad de ocho años contrajo una terrible enfermedad degenerativa que, día tras día, lo dejó ciego. Desde entonces, el mundo de Lorenzo se ha vuelto un claroscuro de luces y sombras que vibran al sonido de la música. La música, de hecho, es su única razón de vida. El violoncelo, la única voz. Un día, Lorenzo y Sofía se encuentran en los jardines de Bóboli, frente a la estatua de Adán y Eva. Se conocen, se hacen amigos. Día tras día, su relación se transforma en algo más profundo y complicado. Un sentimiento perfecto e inviolable. Un amor ciego y sincero. Pero el mundo que los circunda, el deseo de ver más allá de las sombras y gozar de la belleza son una tentación demasiado grande y capaz de acabar con aquel Edén de amor…